De la ecología a la ecología social
por Antonio Miglianelli – Intento definir al ambientalismo (al igual que Murray Bookchin, padre de la ecología social), como una ingeniería de la naturaleza, sin cuestionar en absoluto la profunda brecha existente entre naturaleza y sociedad. Acepto la ecología, (en su definición más simple), como el análisis biológico de las especies y su interacción con el ambiente. Defino «ecología social» como una postura ética, filosófica, política e ideológica de situarse frente a la visión holista (global y total), del planeta.
El ambientalismo condena (cosa que me parece correcta) la contaminación ambiental, la tala de los bosques, la matanza de ballenas, etc., pero se remite únicamente a los efectos de determinada acción, y fragmenta la realidad. La ecología analiza la alteración de los ecosistemas si de bosques, ríos, mares o especies se trata.
Pero la ecología social da una vuelta más de tuerca. Se introduce en los sistemas sociales que imperan en el planeta, y además de analizar los componentes ideológicos que lo regulan, formula propuestas concretas de cambio, donde la visión parcial del mundo es desechada, partiendo de la premisa que la vida en el planeta, no es una cuestión de jerarquías, sino de red, donde un eslabón dañado, afecta al conjunto.
Por consiguiente, las plantas, los pájaros, las ballenas y los bosques, no tienen problemas. El problema son los sistemas políticos que afectan al planeta, donde por supuesto, incluimos a determinados humanos como epicentro del mayor daño ecológico de dichos modelos.
Los ambientalistas se preocupan por los vertidos tóxicos de una fábrica y suelen emparentarse con algunos economistas. Por su parte, estos últimos aparecen en los medios de difusión y afirman que –por ejemplo– el PBI (producto bruto interno), aumentó una determinada cantidad de puntos, dando a entender que ese aumento significa una mejoría o cierto grado de bienestar para el conjunto de la población.
Denunciar únicamente el vertido de desechos no es ir a la raíz del problema, es un mero parche al real conflicto del proceso industrial-contaminador. Que aumente los niveles de productividad de un país, no determina que el grueso de su gente viva bien.
Para la ecología social el análisis transita por otro camino, porque no es lo mismo desarrollo que calidad de vida. Los aspectos sociales, económicos, laborales, salud, educación, son las variables para determinar un correcto estudio de impacto ambiental y determinar, lo más aproximadamente posible, por donde pasa el verdadero desarrollo.
¿De quién es la fábrica, cuánto ganan los trabajadores? ¿En qué condiciones laborales, de salubridad, trabaja la gente? ¿Qué tipo de industria es, tecnología obsoleta o de punta? ¿Qué marco de protección legal la ampara? ¿En qué ámbito político se encuentra (municipal, provincial, nacional)? ¿Qué beneficios otorga a la comunidad? El dinero, ¿se reinvierte en el círculo productivo o sale fuera del municipio, la provincia o el país? ¿El producto terminado –suponiendo que sea dentro del rubro alimenticio–, qué normas ha seguido? ¿Las del Ministerio de Salud de la nación que es permisivo a una gama de aditivos prohibidos en muchos países por su acción cancerígena, mutagénica o teratogénica? (1) ¿Es adulterado, como en el caso del polvo de ladrillo que usan como colorante en vez de pimentón?
O algunos alimentos balanceados para perros y gatos que les agregan bentonita (mineral utilizado para sellar las perforaciones petroleras), para que se inflen. O las berenjenas que son endulzadas y coloreadas para hacerlas pasar por dulce de higos. O las bebidas analcohólicas, (mal llamadas jugos), donde el 95% del producido en el país se endulza con ciclamato y sacarina para abaratar costos reemplazando al azúcar, es decir: producto dietético que ingieren los niños. ¿Se preguntaron cómo actúan esos elementos químicos en un tejido humano en formación? ¿Y cómo se transporta el producto? En camiones que cuyos niveles de emisión de monóxido no están controlados.
Habría mucho más para agregar a esta lista de preguntas. Obviamente, es más cómodo ocuparse de los vertidos de esa fábrica, pero el círculo de la contaminación es infinitamente más amplio, y las responsabilidades y complicidades se amalgaman.
Por esta razón observamos con preocupación los aspectos cosmetológicos de personas o grupos dentro de la Argentina y de otros países, acomodados cada uno en su pequeño espacio de poder, que hacen creer que se ocupan de las cosas cuando en realidad lo estructural no se modifica.
Lo ambiental, es un buen «negocio» para muchos. Así como los presos, son un buen «negocio» y dan de comer a jueces, abogados, penitenciarios, etc., el reciclado, los estudios de impacto, las consultoras, etc., dejan pingues utilidades a sus cultores.
¿No será el momento, entonces de comenzar a pensar entre todos un nuevo modelo participativo y democrático, que arroje a la basura todo el espectro que hasta ahora nos ha sepultado en la mayor desgracia política, económica, social y ecológica que recuerde la humanidad?
La Argentina tiene 37 millones de habitantes. Una superficie de tierra donde una sola provincia albergaría a Italia. Suelo –en líneas generales– no demasiado contaminado. Mucha agua y energía. Recursos naturales renovables y no renovables más que suficientes. Entonces, que 15 millones estén en la línea de pobreza, que haya entre un 18 y 40 por ciento de desocupación-subocupación, que 55 niños mueran diariamente por enfermedades producidas por la pobreza, que los viejos tengan una doble muerte (la cronológica y la social), que los jóvenes incurran en la droga y el alcohol por falta de estímulos y futuro, que 400.000 mujeres mueran por abortos clandestinos, que la deserción escolar llegue al 50%, ¿no les parece que son cosas para no dejar de lado cuando algunos se sienten ecológicos porque despetrolaron un cormorán, o colocaron un cartel denunciando que tal empresa contamina, o limpian la barda de bolsitas de polietileno o quieren salvar las ballenas colocando una calcomanía en sus autos?
Es sumamente hipócrita y falaz hablar seriamente de ecología sin inmiscuirse en los aspectos capitales de la actividad humana como la política, la economía, la religión, la cultura, etc. Dice el filósofo que la historia se presenta en dos formas, la primera como tragedia, la segunda como farsa. Pero el planeta… ¿no irá por la tercera?
Notas
(1) Mutagénico: acción de cambiar, transformarse. Las bombas atómicas arrojadas en Japón hacen que hoy sigan naciendo niños con enfermedades como la leucemia.
(2) Teratogénico: acción de alterar las formas; niños que nacen con malformaciones severas y/o deformaciones.
A. Miglianelli es ecólogo social argentino. Se reproduce en nuestro sitio únicamente con fines informativos y educativos.