Hacia una ecología política de la esperanza
José Luis Lezama y Ana De Luca
Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
[…]
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
—“Destino”, Rosario Castellanos
.
Celebramos el fin del 2020 para huir de la herida, de las arenas movedizas del presente, de nuestra fragilidad, de este interminable funeral global con la ilusión de construir nuevos y esperanzadores mundos, anhelando las mínimas certezas, tierra firme para proponerle proyectos de vida al 2021. Todas las fuerzas en nuestras entrañas desearán desmarcarse, romper el maleficio de esta aberrante hermandad universal que ni las telas de arañas nos unan a este año oscuro y abrumador que arrebató vidas y despedazó sueños. Aunque anhelemos olvidar el 2020, dejarlo atrás, no podemos desdeñar la lección, debemos darle un lugar central a la enseñanza vital de la pandemia como una pedagogía desde la cual pensar el mundo y la crisis ambiental contemporánea.
Solo una pulsión de muerte nos haría desear el retorno a la normalidad; insensato es regresar a una normalidad enferma, a una normalidad cruel y barbárica, sería desestimar el dolor y el sufrimiento humano y no humano, reafirmarlo como norma y sentido común. Si nos dejamos seducir por el ritmo desalmado de la nueva normalidad, si nos quedamos inertes, si no le damos contenido y densidad reflexiva a esta situación, la ola de esa normalidad terminará por arrojarnos contra el arrecife.
Es por ello que proponemos mirar a la pandemia como una pedagogía, una oportunidad para descifrar al mundo moderno en sus crisis. Mirarlo también como un sacudimiento que nos permite dilucidar alternativas, alimentar aquellas salidas que solo la utopía hará posibles para construir nuevos horizontes, mundos más justos, más igualitarios, nuevos mundos de solidaridad humana y no humana. Rescatemos de esta situación una enseñanza que nos permita revaluar nuestro lugar en el mundo, hacernos responsables del espacio que ocupamos y este momento que habitamos y avanzar hacia una ecología política de la esperanza1 desde un nuevo contrato social y natural ético que se base en la igualdad, la empatía, la solidaridad y la ternura.
Un mundo que sostiene lo insostenible
La pandemia nos puso de relieve de manera material y al alcance de todas y todos que vivimos en un mundo insostenible, un mundo que enfrenta situaciones límites, poderosos límites ontológicos, éticos, y epistemológicos. Este virus refleja los límites de este mundo, el carácter devastador de su ser, pero también límites en su deber ser; una ética que simula la vida y esconde la muerte que promueve. El efecto de la crisis consiste en hacernos ver la vergonzante verdad de la relación moderna con la naturaleza humana y no humana, una patológica relación auto-aniquilante y devastadora de mundos de vida. Un orden social moderno que solo es sostenible de manera forzada, de manera artificial. Se sostiene, pero de manera precaria, barbárica, se prolonga solo alargando la devastación de la naturaleza, del trabajo humano y el sometimiento y degradación de la mujer y otros grupos marginados que le son funcionales y que determinan su insostenibilidad de fondo, arraigada en su más profunda estructura. Es un orden social sostenible; pero solo sostenible en la precariedad. Se sostiene la precariedad, se administra la precariedad, se gobierna la precariedad, la suya es de hecho, una sostenibilidad aberrante, perversa, que demanda de todos nosotros, humanos y no humanos la degradación perpetua, la muerte cotidiana, la cancelación de toda esperanza. El sistema capitalista colonial y patriarcal destruye todo lo que debería amar y le da vida a todo lo que le correspondería odiar.
Sabemos que los efectos de la pandemia serán muy serios, especialmente severos sobre los desposeídos, los más violentados, los excluidos, los más vulnerables. Si no tenemos la capacidad o voluntad de aprender de los errores, podemos imaginar un modelo de mundo postpandemia en el que nos montemos en otro momento de febril crecimiento económico, compensatorio del tiempo económico perdido, del tiempo perdido por el capital. Es posible pensar en un boom económico, una economía activada, producto de un pandémico Plan Marshall, un futuro de intenso crecimiento económico, de grandes aventuras económicas para los inversionistas, los especuladores o los dueños de los grandes consorcios económicos que comandan la economía global. En este supuesto, donde todo apunta que nos encaminamos, continuaremos sin poner atención a los cuidados, a los servicios sanitarios, a la soberanía alimentaria, a la naturaleza, es decir, a la vida. Seguirá entonces su curso la anunciada catástrofe climática y la barbarie ambiental, modificando severamente el sistema de la vida y provocando grandes trastornos en el orden social así como la ruptura de los débiles equilibrios sociales y naturales mantenidos por las estrategias para administrar y hacer sostenible el actual insostenible orden de cosas. Este escenario solo podrá ocurrir a través de la explotación, la dominación y el sometimiento extremo, sobre todo de los grupos marginados.
En este marco, lo que se nos propone como remedio, esas grandes narrativas de la razón instrumental, la agenda global eco-neoliberal que ha dominado las discusiones y políticas internacionales, tratarán de buscar soluciones desde una inoperante racionalidad tecno-científica sin entender la deshumanización persistente en sus propuestas. Estos proyectos naturalizan formas de opresión como el heterosexismo, los estereotipos raciales y étnicos, funcionando como un potente nodo ideológico y depósito cultural de normas que, al final, terminan en un nuevo aparato que opera en contra de las mujeres, las personas racializadas, los pueblos indígenas, los queers y las clases bajas, y nada hacen para proteger al mundo no-humano.2
Fronteras porosas y las grietas de la crisis
La pandemia de la covid-19 clarificó que vivimos bajo lo que Val Plumwood llamó “el engaño fundamental de Occidente”,3 una doctrina peligrosa que entiende a la naturaleza como opuesta a la cultura, un sistema que nos posiciona a los humanos como radicalmente opuestos a la naturaleza, fundamentalmente fuera de ésta, aparte, como una especie excepcional y superior, no como parte de ella, alienándonos del mundo no humano en vez de reconocer nuestra íntima relación y dependencia con este. Esta forma de pensar, esta falla producto de la razón de la modernidad patriarcal, atraviesa la manera en la que concebimos al mundo, hace parecer que es parte de la esencia de la vida y no una narrativa del mundo moderno, y está fuertemente vinculada con la crisis ambiental en la que nos encontramos, con el mundo insostenible que habitamos. Al ser el SARS-CoV2 un virus zoonótico transmitido de un animal a los humanos, y luego fácilmente transmitido entre humanos, nos deja claro las interconexiones, los entrelazamientos y los continuos tránsitos entre los cuerpos humanos y los cuerpos no humanos.
Así, si algo nos debe quedar claro de la pandemia es que hay un vínculo inexorable con el mundo humano y el no humano, con una inmensa necesidad de comunicación interespecie, que somos seres abiertos, sensibles, de razón y corazón, con capacidad de afectar y ser afectados, es decir, nuestro cuerpo no acaba en nuestra epidermis, se extiende hacia otros cuerpos, y esa situación de vulnerabilidad, no solamente no es un defecto, es una condición propia de lo vida, y puede ser una fuerza desde la cual pensar nuestro lugar en el mundo: somos-con, pensamos-con, devenimos con; jamás en soledad y de manera aislada.4
La pandemia visibiliza la crisis, la hace perceptible, funciona ante nosotros como una exitosa pedagogía, nos permite sentirla, establecer relaciones, hacer las conexiones entre dos hechos en apariencia desconectados: por un lado, la devastación del mundo; por otro lado, la forma de operar del sistema patriarcal en su expresión capitalista moderna. La crisis, agrietando las estructuras del mundo moderno, permite hablar a la naturaleza y a los que sufren sus miserias. A través de sus hendiduras, como en un sueño revelador, las estructuras se abren, un cierto inconsciente repleto de verdades cuidadosamente guardadas y reprimidas emerge, cuando se ablanda la férrea vigilancia de los guardianes del orden, permitiendo a los condenados de la Tierra5 expresar su palabra. La crisis ilumina un nuevo horizonte de conciencia que permite imaginar otros futuros, otras maneras de vivir y convivir.
Esta crisis solamente podrá resolverse en la transformación, en el cambio, y en el tránsito a un orden incluyente, justo e igualitario. Se requiere de una nueva forma de contrato que lleve a replantear nuevos esquemas tanto sociales como éticos y discursivos.6 En este escenario podríamos aprovechar las rupturas que genera la crisis para proponer un orden social y natural distinto. Este escenario es el triunfo de la utopía, de los sueños y de las esperanzas. Es este al que debe dirigirse una ecología política radical, una ecología política de la esperanza que nos enseñe que un mundo distinto, más amable, justo y alegre es posible.
Hacia una ecología de la esperanza
La pandemia nos reveló que necesitamos un urgente proyecto de vida que alimente nuestras almas, un modelo viviente en donde las personas tomen el control de la gobernanza de su vida diaria como agentes de su devenir. Una propuesta creativa, imaginativa, que sea de resistencia y a la vez de apertura. Hacer una ecología como un acto corporal, encarnado, como un acto de entrega, un acto de amor, de vulnerabilidad, asumiendo que somos seres abiertos, sensibles, con capacidad de afectar y ser afectados.
Una ecología de la esperanza se propone cuidar a la Tierra como fábrica de vida, pero tiene la obligación y compromiso ético de convertirse en un movimiento que critique y rectifique las relaciones desiguales de poder en nuestra sociedad. Busca crear una nueva consciencia, una transformación profunda sobre la manera en la que se ha construido y organizado nuestra vida. Una ecología de la esperanza que piense desde la gestión materna,7 aquella que promueve la justicia, la libertad, la ternura, los cuidados, que fomente la bio-diversidad humana y no humana, buscando la integridad ambiental, el bienestar y la dignidad de las poblaciones marginadas.
Tenemos un profundo deseo de que esta pandemia se convierta en aleccionadora, que nos oriente hacia nuevos rumbos improbables, aunque no imposibles, alternativas de vida que sean motivo de ilusión para el mundo que queremos construir en los tiempos por venir.
Notas
1 Este artículo está escrito en un marco epistémico, político y ético inspirado en las ecologías políticas, los ecofeminismos, la ecología política feminista, las ecologías políticas latinoamericanas, el posthumanismo, las ecologías indígenas y en distintas posturas filosóficas y ecopolíticas de las que se nutre el debate contemporáneo.
2 Chiro, G. 2017. “Welcome to the white m (Anthropocene? A feminist-environmentalist critique”. en MacGregor, S. (ed) Routledge Handbook of Gender and Environment. Londres y Nueva York: Taylor and Francis.
3 Val Plumwood. 1993. Feminism and the Mastery of Nature. Londres y Nueva York: Routledge.
4 Haraway, D. (2016). Staying with the trouble: making kin in the Chthulucene. Estados Unidos: Duke University Press.
5 Fanon, Franz. Los condenados de la Tierra. México: Fondo de Cultura Económica.
6 Braidotti, R. (2015). Lo posthumano. Barcelona: Gedisa Editorial.
7 Segato, Rita. 2020. “Coronavirus: todos somos mortales. Del significante vacío a la naturaleza abierta de la historia”. Pandemia al Sur. Buenos Aires: Prometeo Libros
José Luis Lezama y Ana De Luca son fundadores del Centro de Estudios Críticos Ambientales Tulish Balam. Reproducido de Nexos (México), enero 2021.