Notas sobre ecología humana desde la lectura de la psicología social crítica
por Ángel Rodríguez Kauth – El espacio ambiental «natural» es una condición indispensable para el desarrollo de cualquier cultura. Obviamente que respetando la tradición intelectual de la antropología moderna sólo reservamos el significante cultura para formaciones donde interviene el hombre y nunca donde la intervención primordial la tienen otros seres vivos. De lo expuesto se desprende que la cultura –como fenómeno humano– se desarrolla en un ambiente determinado. Pero también, obviamente, dicha cultura participa de la naturaleza en la cual se inserta y de la que deviene. Pero esa participación, esa inserción, no es en forma pasiva como en los animales, sino que el hombre lo hace actuando sobre el entorno natural. Aún quedan en algunos recónditos lugares del planeta pueblos que viven rodeados de un ambiente exterior, inmodificado por el hombre o con modificaciones insustanciales, a la par que existen en esos mismos pueblos un ambiente en el interior de la comunidad que es naturaleza transformada y que es lo que se ha dado en llamar la cultura material de ese pueblo.
Hecha hasta aquí esta breve introducción, permítaseme, antes de continuar con el desarrollo del tema, hacer una pequeña disgresión de orden histórico cronológico. El término «ecología humana» había sido poco utilizado por la Sociología y la Psicología Social hasta la década de los 60. Sin embargo puede atribuirse a R. Ezra Park juntamente con W. Burguess (1925) el haber utilizado por primera vez este término para un nuevo enfoque sociológico al estudio de los comportamientos humanos. Algunos conceptos de la ecología animal o vegetal, como adaptación, simbiosis, competición, etc., comienzan a hacerse frecuentes en el vocabulario de la Universidad de Chicago. Wirth (1945) aplicó esta terminología al estudio y solución de problemas sociales urbanos, en tendiendo por hábitat no sólo el espacio natural donde tienen lugar las actividades humanas sino incluyendo en ese espacio los elementos culturales que dotan de significación los quehaceres de una sociedad determinada.
Retomando nuestro tema podemos decir que cada agrupamiento humano, llámese tribu, fratría, pueblo o civilización, tiene una forma con particularidades específicas de relacionarse con la naturaleza. En el caso de las llamadas modernas civilizaciones podemos encontrar más de una forma particular en cada una de ellas. Esa naturaleza que se ofrece en forma natural estimula, exige al hombre que la contemple, la transforme y la entienda. Esa transformación que ejecuta la especie humana tiene implícita una intencionalidad que ya puede ser conciente o inconciente.
En principio diremos que la intencionalidad está al amparo de la pulsión de vida, ya que se busca en la transformación de la naturaleza y, merced a la fuerza de trabajo utilizada para transformarla, el alimento, el cobijo y la defensa de los elementos hostiles que también presenta la propia naturaleza. Toda esa transformación significa para el hombre diferentes formas de alimentación, vivienda, vestimenta, adornos y hasta armas que son obtenidos merced a la transformación de la oferta natural por el trabajo para beneficio material y hasta el recreo.
Hablamos más arriba también de contemplación y comprensión de la naturaleza, estos dos conceptos producen una forma particular de percibir el mundo, es decir, una cosmovisión. Esta ya no se traduce en cultura material como la anterior sino que es cultura simbólica y es la que da origen alas creencias (incluyendo las religiosas institucionalizadas), los mitos, las leyendas, etc. Ese misterioso juego que ofrecen las fuerzas de la naturaleza que son incontroladas e incontrolables para el hombre, exige una interpretación (una puesta en caja) y su dominio mediante conjuros y sacrificios que permitan ciertos márgenes de seguridad ante su eventual aparición (el día, la noche, la lluvia, etc.), todo lo cual genera angustia que debe ser necesariamente reducida. Ya Freud (1937) en «Moisés y la religión monoteísta» nos da una atinada explicación al respecto de las razones que tiene el aparato psíquico para crear las religiones, desde las más primitivas hasta las más elaboradas conceptualmente.
Pero también el hombre tiene otra forma de relación con la naturaleza que es su relación con los demás, con los otros y particularmente con el Otro. El hombre puede llegar a ser considerado aún hoy en día como naturaleza, pero es una naturaleza muy particular, ya que es naturaleza conciente de sí misma y en consecuencia deviene en cultura. Pero ya no cultura material, fungible, sino que su relación con los otros, su sistema de interacciones, han hecho que aparezcan las infinitas (o casi infinitas) formas de darse las relaciones sociales. Esa es una de las partes de la cultura inmaterial que es la propia estructura social en que el hombre se mueve cotidianamente.
Estas sociedades humanas difieren, fundamentalmente, de las sociedades animales, que son los que podríamos llamar naturales/naturales, porque los mecanismos de control, reproducción, división del trabajo, reconocimiento de los miembros, manejo de símbolos, etc., no están fijados genéticamente sino que necesariamente deben ser aprendidos, siendo esto precisamente lo que permite su modificabilidad. Prueba de esto la tenemos en la multiplicidad de formas en que se ofrece la organización social humana frente a la univocidad que se da en las sociedades animales, aún en las más complejas como pueden ser las de las abejas o las hormigas. Más aún, mientras entre las sociedades humanas hay un estado de composición, descomposición y recomposición casi permanentes o en ciclos históricos breves y necesarios en su devenir; en las sociedades animales que tienen tiempos de vida más cortos y, por consiguiente, más fácilmente seguibles para el investigador, las formas de relaciones sociales se presentan como inmutables y sin recomposiciones. En las sociedades humanas permanentemente hay períodos de cambio, de revueltas, de revoluciones. Esto no ha sido posible observarlo en las sociedades animales que tienen ciclos de vida más corto, es decir su tiempo es diferente (más acelerado) que el tiempo humano, del mismo modo en que este es diferente y más acelerado que el tiempo geológico.
Algo que suele confundir en esta relación dialéctica naturaleza/cultura del hombre consigo mismo es que se pretende comprender y hasta explicar la conducta, la acción del hombre, a partir de los hechos de otros seres vivos de la naturaleza como son, por caso, los animales. El hombre presenta algunas semejanzas con lo animal, pero nada más. Su propia vida biológica es diferente en tanto y cuanto es capaz, por su propia conciencia de ser humano, de controlar dicha vida y modificarla según su conveniencia. AI respecto no tenemos más que observarlas diferencias existentes entre lo humano y lo animal en el quehacer sexual. Para el hombre el sexo es placer, es goce, más que reproducción. Para el animal el sexo significa la respuesta conductual a un instinto de reproducción y conservación de la especie. La hembra humana se relaciona sexualmente con el macho cuando tiene ganas, cuando lo desea, en tanto que la hembra animal lo hace solamente cuando está en condiciones fisiológicas de ser reproductora.
Asimismo, otro fenómeno interesante de observar es que el hombre es capaz de crear símbolos a partir de sus relaciones con la naturaleza (Rodríguez Kauth, 1986), los cuales cobran independencia respecto al origen de su creación con el paso del tiempo. Esa autonomía llega a ser tal que a veces aparecen en la contemporaneidad símbolos o usos (Merton, 1964) que son, en algún modo, incapaces de ser comprendidos si no se rastrea históricamente, con cuidado y prolijidad, la razón de sus orígenes. De tal manera es frecuente que se observen por parte de ojos no avisados como formaciones naturales y realidades necesarias a aquellos objetos o símbolos que fueron artificialmente construidos. El símbolo tiene la capacidad de facilitar la comprensión, inteligibilidad y la manipulación del mundo natural/natural y natural/social que ha sido de tal manera objetivado a través de la simbolización.
El hombre, como único individuo consciente de que está condenado a muerte –ya que la contradicción básica de la vida es precisamente la muerte– ha pretendido sobrevivir a la muerte a través de sus obras. Esas obras de una manera u otra no son más que el reflejo de cómo el hombre ha simbolizado su relación con los Otros y con la naturaleza/natural.
En estos hechos simbolizabas el hombre ha hecho complejo lo sencillo. La satisfacción de necesidades básicas no es un mero mecanismo de atracción hacia el objeto y dejar que la conducta continúe el camino pautado, sino que en todo caso el hombre ha inventado las propias barreras e intermediaciones para acceder a la satisfacción de sus necesidades. Al respecto, ya en 1974 ejemplificábamos todos los artificios y argucias que el hombre ha puesto entre un poco de comida y él. Asimismo, en dicha oportunidad pasábamos repaso a cómo el medio ambiente espacial o natural influye en las conductas de lo humano; así recordaremos solamente como los habitantes de las planicies mediterráneas son afectos a las carne vacuna, en tanto que los pobladores costeros son comedores de carne ictícola. Precisamente de estos estudios es de lo que se ocupa la Ecología Humana, así como también de los intercambios de energía y bioenergía con otros seres vivos. Hay quienes sobre esto han pretendido ver cómo el ambiente modifica y hasta condiciona al hombre. En realidad tal percepción es errónea. La modificación y el eventual condicionamiento es recíproco. Tanto el hombre es afectado por la naturaleza que lo rodea, como esta última es también afectada y condicionada por el quehacer humano. De última no es otra cosa que una relación dialectal en que cada una de las partes es «causa de…» y «efecto de…» indistintamente.
Si bien es cierto la humana es una especie que se hominiza a partir del desarrollo de su condición erecta, desarrollo del cerebro, oposición del pulgar de las manos y su vida reproductiva en zonas tropicales, también es cierto que este proceso de hominización le ha permitido extenderse por los lugares más inhóspitos del planeta gracias a un artificio que sólo es invento patrimonial del Hombre: la cultura. Es la cultura de cada pueblo, de cada tribu, de cada agrupamiento humano la que humaniza al entorno natural/natural. El Hombre se adapta al medio y adapta a este para hacerlo más favorable y aprovechable a sus necesidades.
Hoy en día, principios de la última década del Siglo XX se ha vuelto un lugar común señalaren los discursos ecologistas que el Hombre es el principal enemigo de la naturaleza. En dichas afirmaciones puede haber mucho de verdad, pero también hay bastante de ingenuidad o de mala «intención». Vamos por partes. Una cosa son lo que M. Bunge llamó –en una oportunidad de visita en Argentina a fines de 1989– los verdes/verdes y otra cosa son ¡os verdes. Estos últimos son los que hacen una defensa de la Ecología Ambiental teniendo en cuenta a la Ecología Humana. Son los que ponen todo su empeño en lograr que el hombre deje de destruir el hábitat –su hábitat– por placer, por incompetencia tecnocrática o por simple descuido para abaratar costos de producción. Son los que pretenden un uso racional de los recursos naturales, pero sin dejar de entender que hay una población mundial que necesita comer y para la cual hay que sacarle el jugo a la tierra hasta donde se pueda y aguante, aunque después… En cambio, los verdes/verdes son los que se preocupan por todo lo anterior pero agregan prácticamente un impedimento formal e intolerante a que el Hombre use las riquezas de la naturaleza. Son los que se rasgan las vestiduras y hacen colectas públicas para evita la muerte de 30 ballenas que se quedaron varadas en una playa. Son los mismos que jamás se acuerdan de los 30 a la N potencia de niños que andan hambrientos, andrajosos y enfermos por el mundo.
Frente a esos ecologistas ingenuos es a los que tiene que salir la Ecología Humana a reclamarles comida, vestimenta y salud. Si por lograr estos tres objetivos tengo que dejar seca a la Tierra de sus recursos, entonces la hecatombe. Pero entiendo que moralmente la Ecología Humana, incluyendo en ella a todos los científicos sociales que se preocupan por lo humano, debe ocuparse y preocuparse por lograr que se cumplan los postulados de la Declaración de los Derechos Humanos aprobada por las Naciones Unidas en todo cuanto se refiere –para este caso particular– a los Derechos llamados de segunda generación o de justicia social.
Pero frente a esta dicotomía de verdes y verdes/verdes, también podemos agregar otra que puede resultar conveniente: la de los ambientalistas y las de los ambienta-listos. Entre los primeros pueden ubicarse cualquiera de las dos categorías anteriores, en cambio en la segunda se ubican aquellos que lucran con las riquezas del medio ambiente aunque no pierden oportunidad de escupir un grandilocuente discurso en favor de la defensa del medio ambiente. Según Montoya G. (1992) «los eco-empresarios utilizan el lenguaje ambientalista con mucha destreza, haciendo llamados a conservar las áreas naturales, a fomentar ‘el desarrollo sostenible’, ya que la protección del ambiente y el lucro se dan de la mano». Cuidado entonces con el tenor de estos discursos como los elaborados en la ECO 92. El zorro suele disfrazarse de oveja y se termina comiendo el rebaño. El discurso del explotador siempre trae escondido un puñal debajo del poncho y en este tema de la ecología no tiene porqué ser diferente. Ellos destruyen, contaminan, se llevan las riquezas no renovables y a sus pueblos los dejan cargados de penas y sufrimiento. La conquista de América ya no se hace más con la espada y la cruz, ahora se hace con el Verbo y no precisamente el divino, aunque sí vale aclarar que frecuentemente se ocultan detrás del mismo para lograr sus propósitos.
Para terminar, en ninguna parte está escrito que el Hombre vivirá sobre la faz de la Tierra por seculo-seculorum. Es preferible que mañana desaparezcamos todos por un desastre ecológico, a vivir algunos pocos con buena alimentación, vivienda y vestimenta (los ambienta-listos), mientras la gran mayoría de la población mundial está viviendo (o mejor, muriendo) la presencia de los efectos de un desastre ecológico en pequeña escala y todos los días.
Bibliografía
Burgess, E.W. 1925. El crecimiento de la ciudad: introducción aun proyecto de investigación. En: Estudios de ecología humana (G.A. Theodorson. comp.), Labor, Barcelona, 1974.
Freud, S. 1937. Moisés y el monoteísmo. Amorrortu, Buenos Aires, 1986.
Merton, R.K. 1964. Teoría y estructuras sociales. Fondo de Cultura Económica, México.
Montoya, G.F. 1992. Ambientalistas y ambienta-listos. Aportes, San José de Costa Rica, N» 92.
Rodríguez Kauth, A. 1974. Necesidades, motivación y frustración desde la psicología social crítica. Boletín Uruguayo de Sociología, Montevideo, N° 21/22.
Rojo, T. 1991. La sociología ante el medio ambiente. En: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, Madrid, N° 55.
Theodorson, G.A. 1974. Estudios de ecología humana. Labor, Barcelona.
Wirth, L. 1945. «Ecología humana». En: Estudios de ecología humana (G.A. Theodorson, comp.), Labor, Barcelona.
A. Rodríguez Kauth pertenece a la Universidad Nacional de San Luis, Argentina. El presente artículo fue publicado en el boletín de la Red Latinoamericana y Caribeña de Ecología Social – «Teko-Ha» No. 12/13 – febrero 1994.