El reverdecimiento del yo: el movimiento ecologista
por Manuel Castells – “El planteamiento verde de la política es una especie de celebración. Reconocemos que cada uno de nosotros es parte de los problemas del mundo y también somos parte de la solución. Los peligros y las posibilidades de curación no están fuera de nosotros. Comenzamos a trabajar allí donde estamos. No hay necesidad de esperar hasta que las condiciones sean ideales. Podemos simplificar nuestras vidas y vivir de un modo que afirme los valores ecológicos y humanos. Llegarán condiciones mejores porque hemos empezado […] Por lo tanto, puede decirse que la meta fundamental de la política verde es lograr una revolución interior, el reverdecimiento del yo». Petra Kelly, Thinking Green (1)
Si hemos de evaluar los movimientos sociales por su productividad histórica, por su repercusión en los valores culturales y las instituciones de la sociedad, el movimiento ecologista del último cuarto de este siglo se ha ganado un lugar destacado en el escenario de la aventura humana. En los años noventa, el 80% de los estadounidenses y más de dos tercios de los europeos se consideran ecologistas; es difícil que un partido o candidato sea elegido para un cargo sin «reverdecer» su programa; tanto los gobiernos como las instituciones internacionales multiplican programas, organismos especiales y legislación para proteger la naturaleza, mejorar la calidad de vida y, en definitiva, salvar la Tierra, a largo plazo, y a nosotros, a corto plazo. Las empresas, incluidas algunas contaminantes tristemente famosas, han incluido el ecologismo en su agenda de relaciones públicas, así como entre sus nuevos mercados más prometedores. Y a lo largo de todo el globo, la antigua oposición simplista entre desarrollo para los pobres y conservación para los ricos se ha transformado en un debate pluralista sobre el contenido real del desarrollo sostenido para cada país, ciudad y región. Sin duda, la mayoría de nuestros problemas fundamentales sobre el medio ambiente permanecen, ya que su tratamiento requiere una transformación de los modos de producción y consumo, así como de nuestra organización social y vidas personales. El calentamiento global se cierne como una amenaza letal, aún arde la selva tropical, las sustancias químicas tóxicas impregnan las cadenas alimentarias, un mar de pobreza niega la vida y los gobiernos juegan con la salud de la gente, como ejemplificó la locura de Major con las vacas británicas. No obstante, el hecho de que todos estos temas y muchos otros estén en el debate público y de que haya surgido una conciencia creciente sobre su carácter global interdependiente crea la base para su tratamiento y, quizás, para una reorientación de las instituciones y políticas hacia un sistema socioeconómico responsable en cuanto al medio ambiente. El movimiento ecologista multifacético que ha surgido desde finales de los años sesenta en la mayor parte del mundo, con fuertes pilares en los Estados Unidos y la Europa del Norte, se encuentra en buena medida en el origen de la inversión espectacular de los modos en que concebimos la relación entre economía, sociedad y naturaleza, induciendo, así, una nueva cultura (2).
Sin embargo, resulta algo arbitrario hablar del movimiento ecologista, puesto que su composición es muy diversa y sus expresiones varían mucho de un país a otro y entre las diferentes culturas. Así pues, antes de valorar su potencial transformador, trataré de presentar una diferenciación tipológica de diversos componentes del ecologismo y utilizaré ejemplos de cada tipo para bajar de las nubes el argumento. Luego proseguiré con una elaboración más amplia de la relación entre los temas ecologistas y las dimensiones fundamentales sobre las que se efectúa la transformación estructural en nuestra sociedad: las luchas sobre el papel de la ciencia y la tecnología, sobre el control del espacio y el tiempo, y sobre la construcción de nuevas identidades. Una vez caracterizados los movimientos ecologistas en su diversidad social y en su comunidad, analizaré sus medios y modos de actuar en la sociedad en general, explorando el tema de su institucionalización y su relación con el estado. Por último, abordaré la vinculación creciente entre los movimientos ecologistas y las luchas sociales, tanto local como globalmente, así como la perspectiva cada vez más popular de la justicia medioambiental.
La cacofonía creativa del ecologismo: una tipología
La acción colectiva, la política y los discursos que se agrupan bajo el nombre de ecologismo son tan diversos que ponen en entredicho la idea de un movimiento. Y, no obstante, yo sostengo que es precisamente esta diversidad de teorías y prácticas la que caracteriza al ecologismo como una nueva forma de movimiento descentralizado, multiforme, articulado en red y omnipresente. Es más, como trataré de mostrar, hay algunos temas fundamentales que caracterizan la mayoría, si no toda, la acción colectiva relacionada con el medio ambiente. Sin embargo, en aras de la claridad, parece útil proceder al análisis de este movimiento siguiendo una distinción y una tipología.
La distinción se establece entre el medioambientalismo y la ecología. Por «medioambientalismo» hago referencia a todas las formas de conducta colectiva que, en su discurso y práctica, aspiran a corregir las formas de relación destructivas entre la acción humana y su entorno natural, en oposición a la lógica estructural e institucional dominantes. Por «ecología», en mi planteamiento sociológico, entiendo una serie de creencias, teorías y proyectos que consideran a la humanidad un componente de un ecosistema más amplio y desean mantener el equilibrio del sistema en una perspectiva dinámica y evolucionista. En mi opinión, el medioambientalismo es la ecología puesta en práctica, y la ecología es el medioambientalismo en teoría, pero en las páginas siguientes restringiré el uso del término ecología a las manifestaciones explícitas y conscientes de esta perspectiva holística y evolucionista.
En cuanto a la tipología, recurriré de nuevo a la útil caracterización que hace Alain Touraine de los movimientos sociales para diferenciar cinco tipos principales de movimientos ecologistas «según se han manifestado en las prácticas observadas» en las dos últimas décadas en el ámbito internacional. Sugiero que esta tipología tiene un valor general, aunque la mayoría de los ejemplos se han extraído de las experiencias estadounidense y alemana porque cuentan con los movimientos ecologistas más desarrollados del mundo y porque tuve un acceso más fácil a esa información. Acéptese el descargo habitual por el reduccionismo inevitable de esta, y todas, las tipologías, que espero compensar con los ejemplos que introducirán la carne y hueso de los movimientos reales en esta caracterización algo abstracta.
Para emprender nuestro breve viaje por el calidoscopio del ecologismo valiéndonos de la tipología propuesta, se necesita un mapa. El esquema 1 lo proporciona, pero requiere cierta explicación. Cada tipo se define, desde el punto de vista analítico, por una combinación específica de tres características que definen a un movimiento social: identidad, adversario y objetivo. Para cada tipo, identifico el contenido preciso de las tres características resultado de la observación, utilizando varias fuentes a las que hago referencia. De acuerdo con ellas, otorgo un nombre a cada tipo y proporciono ejemplos de los movimientos que encajan mejor en cada uno. Como es natural, en cualquier movimiento u organización determinados, puede haber una mezcla de características, pero, para fines analíticos, elijo aquellos movimientos que parecer aproximarse más al tipo ideal en su práctica y discurso reales. Tras observar el esquema 1, les invito a una breve descripción de cada uno de los ejemplos que ilustran los cinco tipos para que las distintas voces del movimiento puedan oírse a través de su cacofonía.
La conservación de la naturaleza
La «conservación de la naturaleza», bajo sus diferentes formas, fue el origen del movimiento ecologista en los Estados Unidos, según lo establecieron organizaciones tales como el Sierra Club (fundado en San Francisco en 1891 por John Muir), Audubon Society o la Wilderness Society (3). A comienzos de los años ochenta, diversas organizaciones ecologistas antiguas y nuevas se unieron en una alianza conocida como el Grupo de los Diez, que incluyó, además de las organizaciones ya citadas, a National Parks and Conservation Association, National Wildlife Federation, Natural Resources Defense Council, la Izaak Walton League, Defenders of Wildlife, Environmental Defense Fund y Environmental Policy Institute. Pese a las diferencias de planteamiento y su ámbito específico de actuación, lo que une a estas organizaciones y muchas otras creadas según líneas similares, es su defensa pragmática de las causas conservacionistas en todo el sistema institucional. En palabras de Michael McCloskey, presidente del Sierra Club, su planteamiento puede caracterizarse como «salir del paso»: «Provenimos de una tradición montañera en la que primero se decide que se va a escalar la montaña. Se tiene una noción de la ruta general, pero los asideros para manos y pies se encuentran según se sube y hay que adaptarse y cambiar constantemente» (4). La cima que hay que escalar es la conservación de la vida natural, en sus formas diferentes, dentro de unos parámetros razonables de lo que puede lograrse en el sistema económico e institucional presente. Sus adversarios son el desarrollo incontrolado y las burocracias irresponsables, como la Oficina Federal de Reclamación, que no se preocupa de proteger nuestra reserva natural. Se definen como amantes de la naturaleza y apelan a ese sentimiento en todos nosotros, prescindiendo de las diferencias sociales. Operan mediante las instituciones y utilizan a menudo la influencia política con gran destreza y determinación. Se basan en un amplio apoyo popular, así como en las donaciones de las élites acomodadas de buena voluntad y de las empresas. Algunas organizaciones, como el Sierra Club, son muy grandes (en torno a 600.000 miembros) y están estructuradas en organizaciones locales, cuyas acciones e ideologías varían considerablemente y no siempre encajan con la imagen del «ecologismo establecido». La mayor parte del resto, como el Environmental Defense Fund, se centran en las campañas políticas, el análisis y la difusión de información. Suelen practicar una política de coalición, pero se cuidan de no alejarse de su objetivo medioambiental, desconfiando de las ideologías radicales y la acción espectacular que está en desacuerdo con la mayoría de la opinión pública. Sin embargo, sería un error oponer los conservacionistas establecidos a los ecologistas verdaderos y radicales. Por ejemplo, uno de los dirigentes históricos del Sierra Club, David Brower, se convirtió en fuente de inspiración para los ecologistas radicales. De forma recíproca, Dave Foreman, de Earth First! formó parte, en 1996, de la junta directiva del Sierra Club. Existe una gran ósmosis en las relaciones entre los conservacionistas y los ecologistas radicales, ya que las ideologías tienden a ocupar un segundo lugar en su preocupación compartida por la destrucción incesante y multiforme de la naturaleza, pese a los agudos debates y conflictos dentro de un movimiento tan grande y diversificado.
La movilización local
La «movilización de las comunidades locales en defensa de su espacio», contra la intrusión de los usos indeseables, constituye la forma de acción ecologista de desarrollo más rápido y la que quizás enlaza de forma más directa las preocupaciones inmediatas de la gente con los temas más amplios del deterioro medioambiental (5). Con frecuencia etiquetados, con cierta malicia, como el movimiento «en mi patio trasero, no», se desarrolló en los Estados Unidos en primer lugar bajo la forma del movimiento contra los tóxicos, originado en 1978 durante el vergonzoso incidente de Love Canal sobre vertidos industriales tóxicos en Niagara Falls (Nueva York). Lois Gibbs, el ama de casa que se hizo famosa debido a su lucha por defender la salud de su hijo, así como el valor de su hogar, acabó estableciendo, en 1981, la Citizens Clearinghouse for Hazardous Waste. Según los recuentos de la Clearinghouse, en 1984 había 600 grupos locales que luchaban contra los vertidos tóxicos en los Estados Unidos, que aumentaron a 4.687 en 1988. Con el tiempo, las comunidades también se movilizaron contra la construcción de autopistas, el desarrollo excesivo y la localización de instalaciones peligrosas en su proximidad. Aunque el movimiento es local, no es necesariamente localista, ya que suele afirmar el derecho de los residentes a la calidad de vida en oposición a los intereses de las empresas o burocracias. Sin duda, la vida en sociedad se compone de equilibrios entre gente como residentes, trabajadores, consumidores, personas que se desplazan al trabajo y otros viajeros. Pero lo que estos movimientos cuestionan es, por una parte, el sesgo de la localización de materiales o actividades indeseables en comunidades de renta baja y zonas habitadas por minorías; y por la otra, la falta de transparencia y participación en la toma de decisiones sobre el uso del espacio. Así pues, los ciudadanos demandan la extensión de la democracia local, una planificación urbana responsable y equidad para compartir las cargas del desarrollo urbano/industrial, a la vez que se impide la exposición a vertidos o instalaciones peligrosos. Como concluye Epstein en su análisis del movimiento:
La demanda del movimiento sobre tóxicos/justicia medioambiental de un estado que tenga mayor poder para regular las empresas, un estado que sea responsable ante el público más que ante las empresas, parece muy apropiada y probablemente constituya una base para la exigencia más amplia de que se reafirme y extienda el poder estatal sobre las empresas y que se ejerza en nombre del bienestar público y sobre todo del bienestar de quienes son más vulnerables (6).
En otros casos, en los suburbios de clase media, las movilizaciones de sus residentes se centraron más en conservar su «status quo» contra el desarrollo indeseado. No obstante, prescindiendo de su contenido de clase, todas las formas de protesta aspiran a establecer un control sobre el entorno en nombre de la comunidad local y, en este sentido, las movilizaciones defensivas locales son, sin duda, un importante componente del movimiento ecologista más amplio.
La vertiente contracultural
El ecologismo también ha alimentado algunas de las contraculturas que brotaron de los movimientos de los años sesenta y setenta. Por contracultura entiendo el intento deliberado de vivir de acuerdo con normas diferentes y hasta cierto punto contradictorias de las aplicadas institucionalmente por la sociedad y de oponerse a esas instituciones basándose en principios y creencias alternativos. Algunas de las corrientes contraculturales más fuertes de nuestras sociedades se expresan bajo la forma de guiarse sólo por las leyes de la naturaleza, afirmando, de este modo, la prioridad del respeto a la naturaleza sobre cualquier otra institución humana. Por eso creo que tiene sentido incluir bajo la noción de «ecologismo contracultural» expresiones tan aparentemente distintas como los ecologistas radicales (tales como Earth First! o Sea Shepherds), el movimiento para la liberación de los animales y el ecofeminismo (7). De hecho, a pesar de su diversidad y falta de coordinación, la mayoría de estos movimientos comparten las ideas de los pensadores de la «ecología profunda», representados, por ejemplo, por el escritor noruego Arne Naess. Según éste y George Sessions, los principios básicos de la «ecología profunda» son:
Los principios de la «ecología profunda»
- El bienestar y florecimiento de la vida humana y no humana en la Tierra tienen valor en sí mismos. Estos valores son independientes de la utilidad del mundo no humano para los objetivos humanos.
- La riqueza y diversidad de las formas de vida contribuyen a la percepción de estos valores y son también valores en sí mismos.
- Los humanos no tienen derecho a reducir esta riqueza y diversidad, salvo para satisfacer necesidades vitales.
- El florecimiento de la vida y cultura humanas es compatible con un descenso sustancial de la población humana. El florecimiento de la vida no humana requiere ese descenso.
- La interferencia humana actual en el mundo no humano es excesiva y la situación empeora por momentos.
- Por lo tanto, deben cambiarse las políticas. Estas políticas afectan a las estructuras económicas, tecnológicas e ideológicas básicas. El estado de cosas resultante será profundamente diferente del presente.
- El cambio ideológico consiste fundamentalmente en apreciar la calidad de vida (vivir en situaciones de valor inherente) más que adherirse a un nivel de vida cada vez más alto. Habrá una profunda conciencia de la diferencia entre grande y excelente.
- Quienes suscriben los puntos precedentes tienen la obligación directa o indirecta de tratar de llevar a cabo los cambios necesarios (8).
Para responder a esa obligación, a finales de la década de los setenta, varios ecologistas radicales, encabezados por David Foreman, un ex marine convertido en ecoguerrero, crearon en Nuevo México y Arizona Earth First!, un movimiento intransigente que utilizó la desobediencia civil e incluso el «ecosabotaje» contra la construcción de presas, la tala y otras agresiones a la naturaleza, con lo que se enfrentó a procesos y cárcel. El movimiento, y otras organizaciones diversas que siguieron su ejemplo, estaba completamente descentralizado, formado por «tribus» autónomas que se reunían de forma periódica, según los ritos y fechas de los indios norteamericanos, para decidir sus acciones. La ecología profunda era la base ideológica del movimiento y figura de forma prominente en «The Earth First! Reader», publicado con un prefacio de David Foreman (9). Pero igualmente influyente, si no más, fue la novela de Abbey «The Monkey Wrench Gang», acerca de un grupo contracultural de ecoguerrillas que se convirtieron en modelos para muchos ecologistas radicales. En efecto, «monkeywrenching» (utilizar la llave inglesa) se convirtió en un sinónimo de ecosabotaje. En la década de los noventa, el movimiento para la liberación de los animales, centrado en la oposición abierta a la experimentación con animales, parece ser el ala más militante del fundamentalismo ecológico.
El ecofeminismo
El ecofeminismo se distancia claramente de las tácticas «machistas» de algunos de estos movimientos, pero comparte el principio del respeto absoluto por la naturaleza como la base para la liberación tanto del patriarcado como del industrialismo. Consideran a las mujeres víctimas de la misma violencia patriarcal que se inflige a la naturaleza. Y, por lo tanto, el restablecimiento de los derechos naturales es inseparable de la liberación de la mujer. En palabras de Judith Plant:
A lo largo de la historia, la mujer no ha tenido un poder real en el mundo exterior, ni lugar en la toma de decisiones. La vida intelectual, el trabajo de la mente, no ha sido tradicionalmente accesible a las mujeres. Las mujeres han solido ser pasivas, al igual que la naturaleza. Sin embargo, hoy la ecología habla en favor de la tierra, en favor del «otro», en las relaciones humanas/medioambientales. Y el ecofeminismo, al hablar en favor de los otros originales, pretende comprender las raíces interconectadas de toda dominación y los modos de resistencia al cambio (10).
A algunas ecofeministas también las inspiró la polémica reconstrucción histórica de Carolyn Merchant, que se remonta a las sociedades prehistóricas y naturales, libres de la dominación masculina, de una edad de oro matriarcal, donde había armonía entre naturaleza y cultura, y donde tanto hombres como mujeres adoraban a la naturaleza en forma de diosa (11). También ha habido, sobre todo durante la década de los setenta, una interesante conexión entre el ecologismo, el feminismo espiritual y el neopaganismo, algunas veces expresada en la militancia ecofeminista y la acción directa no violenta de brujas pertenecientes a la Congregación de Brujería (12).
Así pues, mediante formas variadas, de las tácticas ecoguerrilleras al espiritualismo, pasando por la ecología profunda y el ecofeminismo, los ecologistas radicales vinculan la acción medioambiental y la revolución cultural, ampliando el alcance de un movimiento ecologista abarcador, en su construcción de la «ecotopía».
Greenpeace
Greenpeace es la organización ecologista mayor del mundo y probablemente la que más ha popularizado los temas medioambientales globales mediante sus acciones no violentas orientadas a los medios de comunicación (13). Fundada en Vancouver en 1971, en torno a la protesta antinuclear frente a la costa de Alaska, estableció después su sede en Amsterdam, convirtiéndose en una organización transnacional interconectada que, en 1994, contaba con 6 millones de miembros a lo largo de todo el mundo y unos ingresos anuales de más de 100 millones de dólares. Su perfil tan característico como movimiento ecologista se deriva de tres componentes principales. En primer lugar, un sentimiento de urgencia en cuanto a la desaparición inminente de la vida en el planeta, inspirado por una leyenda india norteamericana: «Cuando la tierra esté enferma y los animales hayan desaparecido, llegará una tribu de pueblos de todos los credos, colores y culturas que crean en los hechos, no en las palabras, y que devolverán a la Tierra su antigua belleza. La tribu se llamará los «Guerreros del Arco iris» (14). En segundo lugar, una actitud de inspiración cuáquera de atestiguar, como principio de acción y como estrategia de comunicación. En tercer lugar, una actitud pragmática y comercial, en buena medida influida por el dirigente histórico y presidente de la junta directiva de Greenpeace, David McTaggart, de «hacer las cosas».
No hay tiempo para discusiones filosóficas: los temas clave deben identificarse utilizando el conocimiento y las técnicas de investigación en todo el planeta; han de organizarse campañas sobre objetivos específicos; seguirán acciones espectaculares destinadas a atraer la atención de los medios de comunicación, con lo que un tema determinado se expondrá a la mirada pública y se obligará a las empresas, gobiernos e instituciones internacionales a tomar una determinación o afrontar más publicidad perjudicial. Greenpeace es a la vez una organización muy centralizada y una red global descentralizada. Está controlada por un consejo de representantes de los países, un pequeño comité ejecutivo y unos fideicomisarios regionales para Norteamérica, América Latina, Europa y el Pacífico. Sus recursos se organizan en campañas, cada una de ellas dividida por temas. A mediados de los años noventa, las principales campañas eran: sustancias tóxicas, energía y atmósfera, temas nucleares y ecología marina/terrestre. Sus sedes, situadas en 30 países del mundo, sirven para coordinar las campañas globales y recaudar fondos y apoyo nacional/local, pero la mayor parte de la acción aspira a obtener una repercusión global, ya que los principales problemas medioambientales son globales. Greenpeace considera su adversario a un modelo de desarrollo caracterizado por la falta de preocupación acerca de sus consecuencias sobre la vida del planeta. Por consiguiente, se moviliza para aplicar el principio de la sostenibilidad medioambiental como principio general, al que todas las demás políticas y actividades deben subordinarse. Debido a la importancia de su misión, los «guerreros del arco iris» no están inclinados a participar en debates con los otros grupos ecologistas y no se recrean en la contracultura, pese a las variaciones personales en las actitudes de sus numerosos miembros. Son internacionalistas resueltos y consideran al estado-nación el principal obstáculo para lograr el control sobre el desarrollo actual, desenfrenado y destructivo. Están en guerra contra un modelo de desarrollo ecosuicida y pretenden obtener resultados inmediatos de cada frente de acción, desde la conversión del sector frigorífico alemán a una tecnología de «congelación verde», ayudando así a proteger la capa de ozono, hasta influir en la restricción de la pesca de ballenas y la creación de un refugio para ellas en la Antártida. Los «guerreros del arco iris» se encuentran en la encrucijada de la ciencia para la vida, la tecnología de la comunicación de redes globales y la solidaridad intergeneracional.
A primera vista, la «política verde» no parece ser un tipo de movimiento por sí mismo, sino más bien una estrategia específica, a saber, entrar en el ámbito de la política electoral en nombre del ecologismo. No obstante, un examen más atento del ejemplo más importante de la política verde, Die Grünen, muestra claramente que, en su origen, no era la política habitual (15). El Partido Verde alemán, constituido el 13 de enero de 1980 a partir de una coalición de movimientos populares, no es un movimiento ecologista estrictamente hablando, aun cuando puede que haya sido más efectivo para el avance de la causa medioambiental que ningún otro movimiento europeo en su país. La principal fuerza subyacente en su formación fueron las «iniciativas ciudadanas» de finales de los años setenta, organizadas sobre todo en torno a las movilizaciones pacifistas y antinucleares. Reunió, excepcionalmente, a los veteranos de los movimientos de los años sesenta con las feministas, que se descubrieron como tales al reflexionar precisamente sobre el sexismo de los hombres revolucionarios de la década de los sesenta, y con la juventud y las clases medias cultas preocupadas por la paz, la energía nuclear, el entorno (la muerte de los bosques, Waldsterben), el estado del mundo, la libertad individual y la democracia de base.
La creación y el rápido éxito de Los Verdes (entraron en el parlamento nacional en 1983) tuvieron su origen en circunstancias muy excepcionales. En primer lugar, no había expresiones políticas reales para la protesta social en Alemania más allá de los tres partidos principales que se habían alternado en el poder y que incluso formaron una coalición en los años sesenta: en 1976, más del 99% de los votos fueron a los tres partidos (democristianos, socialdemócratas y liberales). Por lo tanto, existía un voto desafecto potencial, sobre todo entre la juventud, que esperaba la posibilidad de expresarse. Los escándalos sobre la financiación política (el caso Flick) habían puesto en entredicho la reputación de todos los partidos políticos y sugerido que se sostenían con las aportaciones de la industria. Además, lo que los politólogos denominan la «estructura de oportunidades políticas» apoyaba la estrategia de formar un partido y mantener la unidad entre sus constituyentes: entre otros elementos, el movimiento podía obtener cuantiosos fondos gubernamentales si llegaba, con arreglo a la ley electoral alemana, al 5% de los votos, porcentaje necesario para entrar en el parlamento.
Esto contribuyó a unir a Los Verdes, antes fraccionados. La mayor parte de los votantes verdes eran jóvenes, estudiantes, profesores o miembros de otras categorías alejadas de la producción, ya fueran desempleados (pero subsidiados por el gobierno) o trabajadores gubernamentales. Su agenda incluía ecología, paz, defensa de las libertades, protección de las minorías y los inmigrantes, feminismo y democracia participativa. Dos tercios de los dirigentes del Partido Verde eran participantes activos en varios movimientos sociales en los años ochenta. En efecto, Die Grünen se presentaba, en palabras de Petra Kelly, como un «partido antipartido» que pretendía «una política basada en una nueva concepción del poder, un ‘contrapoder’ que es natural y común a todos, que ha de ser compartido por todos y utilizado por todos para todos» (16). En consecuencia, los representantes elegidos para los cargos rotaban y tomaban la mayoría de las decisiones en asamblea, siguiendo la tradición anarquista que inspiró a Los Verdes más de lo que admitirían. La prueba de fuego de la política pragmática deshizo estos experimentos unos cuantos años después, sobre todo tras el fracaso electoral de 1990, motivado fundamentalmente por su total incomprensión de la importancia de la unificación alemana, en una actitud coherente con su oposición al nacionalismo. El conflicto latente entre los «Realos» (dirigentes pragmáticos que trataban de potenciar la agenda verde mediante las instituciones) y los «Fundis» (leales a los principios básicos de la democracia de base y el ecologismo) estalló abiertamente en 1991, dejando el control del partido a una alianza de centristas y pragmáticos. Reorientado y reorganizado, el Partido Verde alemán recobró su fortaleza en la década de los noventa, volvió al parlamento y obtuvo posiciones fuertes en los gobiernos locales y regionales, sobre todo en Berlín, Frankfurt, Bremen y Hamburgo, algunas veces gobernando en alianza con los socialdemócratas. No obstante, no era el mismo partido: se había convertido en un partido político. Además, este partido ya no poseía el monopolio de la agenda medioambiental puesto que los socialdemócratas, e incluso los liberales, se abrieron mucho más a las nuevas ideas planteadas por los movimientos sociales. Y lo que es más, la Alemania de la década de los noventa era un país muy diferente. No había peligro de guerra, sino de declive económico.
El desempleo generalizado entre los jóvenes y la reducción del estado de bienestar se convirtieron en temas más acuciantes para los votantes verdes «canosos» que la revolución cultural. El asesinato de Petra Kelly en 1992, probablemente a manos de su compañero, que luego se suicidó, tocó una fibra sensible, sugiriendo los límites de la huida de la sociedad en la vida cotidiana, mientras se dejan intactas estructuras fundamentales económicas, políticas y psicológicas. Sin embargo, mediante la política verde, el Partido Verde se consolidó como la izquierda coherente de la Alemania de fin de siglo y la generación rebelde de los años setenta siguió conservando la mayoría de sus valores mientras envejecía y los transmitió a sus hijos a través de su modo de vida. Así pues, del experimento de la política verde surgió una Alemania muy diferente, tanto desde el punto de vista cultural como desde el político. Pero la imposibilidad de integrar partido y movimiento sin conducir al totalitarismo (leninismo) o al reformismo a expensas del movimiento (socialdemocracia) recibió otra confirmación histórica como ley de hierro del cambio social.
La conservación de la naturaleza, la búsqueda de la calidad medioambiental y un planteamiento ecológico de la vida son ideas decimonónicas que, en su expresión más definida, permanecieron durante largo tiempo confinadas a las élites ilustradas de los países dominantes (17). Con frecuencia fueron el dominio exclusivo de una alta burguesía abrumada por la industrialización, como en el caso de los orígenes de la Audubon Society en los Estados Unidos. Otras veces, un componente comunal y utópico fue la cuna de los primeros ecologistas políticos, como en el caso de Kropotkin, que enlazó para siempre el anarquismo y la ecología, en una tradición bien representada en nuestro tiempo por Murray Bookchin. Pero en todos los casos, y durante más de un siglo, se mantuvo como una tendencia intelectual restringida, que aspiraba fundamentalmente a influir en la conciencia de las personas influyentes que podían fomentar la legislación conservacionista o donar sus bienes a la buena causa de la naturaleza. Aun cuando se forjaron alianzas sociales (por ejemplo, entre Robert Marshall y Catherine Bauer en los Estados Unidos durante los años treinta), sus resultados políticos se presentaron de un modo en que las preocupaciones económicas y de bienestar social eran lo primordial (18). Aunque hubo pioneros influyentes y valerosos, como Alice Hamilton y Rachel Carson en los Estados Unidos, hasta finales de los años sesenta no surgió un movimiento de masas, tanto en las bases como en la opinión pública, en los Estados Unidos, Alemania y Europa Occidental, que luego se difundió rápidamente al resto del mundo. ¿Por qué fue así? ¿Por qué las ideas ecologistas prendieron de repente en las secas praderas del sin sentido planetario? Propongo la hipótesis de que existe una correspondencia directa entre los temas planteados por el movimiento ecologista y las dimensiones fundamentales de la nueva estructura social, la sociedad red, que surgió a partir de los años setenta: la ciencia y la tecnología como medios y objetivos básicos de la economía y la sociedad; la transformación del espacio y del tiempo; y la dominación de la identidad cultural por los flujos globales y abstractos de riqueza, poder e información, que construyen la virtualidad real mediante las redes de medios de comunicación. Sin duda, en el universo caótico del ecologismo podemos encontrar todos estos temas en en general y ninguno de ellos en particular. Sin embargo, sostengo que hay implícito un discurso ecológico coherente que transciende diversas orientaciones políticas y orígenes sociales dentro del movimiento y que proporciona el marco desde el cual se destacan temas diferentes en momentos distintos y para fines diversos (19). Naturalmente, existen conflictos pronunciados y fuertes desacuerdos entre los componentes del movimiento ecologista. No obstante, estos desacuerdos suelen ser más sobre tácticas, prioridades y lenguaje que sobre la ofensiva básica de vincular la defensa de entornos específicos a nuevos valores humanos. A riesgo de simplificar demasiado, sintetizaré las principales líneas del discurso presente en el movimiento ecologista en cuatro temas principales.
La conexión con la ciencia y la tecnología
En primer lugar, una conexión ambigua y profunda con la ciencia y la tecnología. Bramwell escribe: «El desarrollo de las ideas verdes fue la revuelta de la ciencia contra la ciencia que se produjo a finales del siglo XIX en Europa y Norteamérica» (20). Esta revuelta se intensificó y difundió en los años setenta de forma simultánea a la revolución de la tecnología de la información y al extraordinario desarrollo del conocimiento biológico gracias a la modelización informática que tuvo lugar en el periodo subsiguiente. En efecto, la ciencia y la tecnología desempeñaron un papel fundamental, si bien contradictorio, en el movimiento ecologista. Por una parte, existe una profunda desconfianza hacia la bondad de la tecnología avanzada, que lleva en algunas manifestaciones extremas a ideologías neoluditas, como la representada por Kirpatrick Sale. Por otra parte, el movimiento se apoya en buena medida en la reunión, el análisis y la difusión de información científica sobre la interacción de los artefactos fabricados por el hombre y el medio ambiente, a veces con un alto grado de complejidad. Las principales organizaciones ecologistas suelen tener científicos en su plantilla y en la mayoría de los países existe una estrecha conexión entre los científicos y académicos y los activistas ecologistas.
El ecologismo es un movimiento basado en la ciencia. A veces no es una ciencia muy rigurosa, pero no obstante pretende conocer qué le pasa a la naturaleza y los humanos, revelando la verdad que ocultan los intereses creados del industrialismo, el capitalismo, la tecnocracia y la burocracia. Aunque critican el dominio de la vida por la ciencia, los ecologistas utilizan la ciencia para oponerse a la ciencia en nombre de la vida. No abogan por la negación del conocimiento, sino por un conocimiento superior: la sabiduría de una visión holística, capaz de superar los planteamientos fragmentarios y las estrategias miopes conducentes a la satisfacción de los instintos básicos. En este sentido, el ecologismo aspira a retomar el control sobre los productos de la mente humana antes de que la ciencia y la tecnología tengan vida propia y las máquinas acaben imponiendo su voluntad sobre nosotros y la naturaleza, un temor ancestral de la humanidad.
Espacio, tiempo y democracia de base
Las luchas sobre la transformación estructural equivalen a luchar por la redefinición histórica de las dos expresiones materiales fundamentales de la sociedad: espacio y tiempo. Y, en efecto, el control del espacio y el predominio de la localidad es otro importante tema recurrente en varios componentes del movimiento ecologista. En el volumen I, capítulo 6 (21) de «La Era de la Información» propuse la idea de que estaba surgiendo una oposición fundamental en la sociedad red entre dos lógicas espaciales, la del espacio de los flujos y la del espacio de los lugares. El espacio de los flujos organiza la simultaneidad de las prácticas sociales a distancia, por medio de las telecomunicaciones y los sistemas de información. El espacio de los lugares privilegia la interacción social y la organización institucional atendiendo a la contigüidad física. Lo que distingue a la nueva estructura social, la sociedad red, es que la mayoría de los procesos dominantes, que concentran poder, riqueza e información, se organizan en el espacio de los flujos. La mayor parte de la experiencia y el sentido humanos siguen teniendo una base local. La disyunción entre las dos lógicas espaciales es un mecanismo fundamental de dominio en nuestras sociedades porque desplaza el núcleo de los procesos económicos, simbólicos y políticos del ámbito donde puede construirse sentido social y puede ejercerse control político.
Así pues, el hincapié de los ecologistas en la localidad y en el control de la gente de sus espacios vitales es un reto a una palanca básica del nuevo sistema de poder. Aun en las expresiones más defensivas, como en las luchas denominadas «en mi patio trasero, no», para afirmar la prioridad de la vida local sobre los usos de un espacio determinado por parte de «intereses de fuera», como las compañías que vierten tóxicos o los aeropuertos que extienden sus pistas, tiene el significado profundo de negar las prioridades abstractas de los intereses técnicos o económicos sobre las experiencias reales de los usos reales de la gente. Lo que desafía el localismo ecologista es la pérdida de conexión entre estas funciones o intereses diferentes bajo el principio de la representación mediatizada por la racionalidad abstracta y técnica que ejercen los intereses comerciales incontrolados y las tecnocracias irresponsables. Así pues, la lógica del argumento evoluciona hasta el anhelo de un gobierno a pequeña escala, que privilegie la comunidad local y la participación ciudadana: la democracia de base es el modelo político implícito en la mayor parte de los movimientos ecologistas. En las alternativas más elaboradas, el control del espacio, la afirmación del lugar como fuente de significado, se vinculan con los ideales de autogestión de la tradición anarquista, incluida la producción a pequeña escala y la búsqueda de la autosuficiencia, que conducen a la asunción de la austeridad, la crítica del consumo conspicuo y la sustitución del valor de cambio del dinero por el valor de uso de la vida. Sin duda, las personas que protestan contra los vertidos tóxicos en su vecindad no son anarquistas y pocas de ellas estarían realmente dispuestas a transformar todo el entramado de su vida tal cual es. Pero la lógica interna del argumento, la conexión entre la defensa del lugar propio contra los imperativos del espacio de los flujos y el fortalecimiento de las bases económicas y políticas de la localidad, permiten la identificación repentina de algunas de estas vinculaciones en la conciencia pública cuando sucede un acontecimiento simbólico (como la edificación de una central nuclear). De este modo, se crean las condiciones para la convergencia de los problemas de la vida diaria y los proyectos para una sociedad alternativa: así se hacen los movimientos sociales.
Tres formas de temporalidad
Junto al espacio, el control del tiempo está en juego en la sociedad red y el movimiento ecologista es, probablemente, el actor más importante en la proyección de una temporalidad nueva y revolucionaria. Este tema es tan importante como complejo y requiere una elaboración pausada. En el volumen I, capítulo 7 de «La Era de la Información», propuse una distinción (basándome en los debates actuales en sociología e historia, así como en las filosofías del tiempo y el espacio de Leibniz e Innis) entre tres formas de temporalidad: el tiempo de reloj, el tiempo atemporal y el tiempo glacial. El «tiempo de reloj», característico del industrialismo, tanto para el capitalismo como para el estatismo, se caracterizaba/caracteriza por la secuencia cronológica de los acontecimientos y por la disciplina de la conducta humana a un horario predeterminado que apenas permite la experiencia fuera de la dimensión institucionalizada. El «tiempo atemporal», que caracteriza los procesos dominantes de nuestra sociedad, se da cuando las características de un contexto determinado, a saber, el paradigma informacional y la sociedad red, provocan una perturbación sistémica en el orden secuencial de los fenómenos realizados en ese contexto. Esta perturbación puede comprimir la ocurrencia de los fenómenos para lograr la instantaneidad (como en las «guerras instantáneas» o las transacciones financieras en fracciones de segundo) o introducir una discontinuidad aleatoria en la secuencia (como en el hipertexto de los medios de comunicación integrados y electrónicos). La eliminación de las secuencias crea una cronología indiferenciada, con lo cual se aniquila el tiempo. En nuestras sociedades, la mayoría de los procesos centrales dominantes se estructuran en el tiempo atemporal, pero la mayoría de la gente está dominada por el tiempo de reloj.
Existe una forma más de tiempo, concebida y propuesta en la práctica social: el «tiempo glacial». En la formulación original de Lash y Urry, la noción de tiempo glacial implica que «la relación entre los humanos y la naturaleza es a muy largo plazo y evolutiva. Retrocede desde la historia humana inmediata y se proyecta a un futuro totalmente inespecificable» (22). Desarrollando su elaboración, propongo la idea de que el movimiento ecologista se caracteriza precisamente por el proyecto de introducir una perspectiva de «tiempo glacial» en nuestra temporalidad, tanto en cuanto a la conciencia como a la política. El pensamiento ecológico considera la interacción de todas las formas de la materia en una perspectiva evolucionista. La idea de limitar el uso de los recursos a los de carácter renovable, central para el ecologismo, se predica precisamente en virtud de la noción de que la alteración del equilibrio básico del planeta y del universo puede, con el tiempo, deshacer el delicado equilibrio ecológico, con consecuencias catastróficas. La noción holística de la integración de humanos y naturaleza, representada en los autores de la «ecología profunda», no hace referencia a un culto ingenuo de los prístinos paisajes naturales, sino a la consideración fundamental de que la unidad de experiencia importante no es cada individuo ni las comunidades humanas existentes en la historia. Para fundirnos con nuestro yo cosmológico, primero debemos cambiar la noción de tiempo, para sentir el «tiempo glacial» discurrir en nuestras vidas, percibir la energía de las estrellas fluir en nuestra sangre y asumir que los ríos de nuestros pensamientos se sumergen incesantemente en los océanos ilimitados de la materia viva multiforme. En términos personales muy directos, el tiempo glacial significa medir nuestra vida por la vida de nuestros hijos y de los hijos de los hijos de nuestros hijos. Así, gestionar nuestras vidas e instituciones para ellos, tanto como para nosotros, no es un culto de la Nueva Era, sino la forma más tradicional de cuidar de nuestros descendientes, es decir, de la carne de nuestra carne. Proponer el desarrollo sostenible como solidaridad intergeneracional une el sano egoísmo con el pensamiento sistémico en una perspectiva evolucionista. El movimiento antinuclear, una de las fuentes más poderosas del movimiento ecologista, basa su crítica radical de la energía nuclear en los efectos a largo plazo de los desechos radiactivos, además de los problemas de seguridad inmediatos, con lo que se ocupa de la seguridad de generaciones a miles de años de nosotros. Hasta cierto punto, el interés en la conservación de las culturas indígenas y el respeto a las mismas extienden hacia atrás la preocupación por todas las formas de la existencia humana provenientes de tiempos diferentes, afirmando que nosotros somos ellos y ellos, nosotros. Es esta unidad de la especie y de la materia como un todo, y de su evolución espaciotemporal, la que proclaman de forma implícita el movimiento ecologista y, de forma explícita, los pensadores de la ecología profunda y el ecofeminismo (23). La expresión material que unifica las diferentes demandas y temas del ecologismo es su temporalidad alternativa, que exige la asunción por parte de las instituciones de la sociedad de la lenta evolución de nuestra especie en su entorno, sin un final para nuestro ser cosmológico, mientras el universo siga expandiéndose desde el momento/lugar de su comienzo común. Más allá de las orillas temporales del tiempo de reloj sometido, que sigue experimentando la mayor parte de la gente del mundo, tiene lugar la lucha histórica por la nueva temporalidad entre la aniquilación del tiempo en los flujos recurrentes de las redes informáticas y la percepción del tiempo glacial en la asunción consciente de nuestro yo cosmológico.
Globalistas en el tiempo y localistas en el espacio
Mediante estas batallas fundamentales sobre la apropiación de ciencia, espacio y tiempo, los ecologistas inducen la creación de «una nueva identidad», una identidad biológica, una «cultura de la especie humana como componente de la naturaleza». Esta identidad sociobiológica no supone la negación de las culturas históricas. Los ecologistas respetan las culturas populares y se recrean en la autenticidad cultural de diversas tradiciones. No obstante, su enemigo objetivo es el nacionalismo estatal, porque el estado-nación, por definición, está destinado a afirmar su poder sobre un territorio determinado. Por lo tanto, rompe la unidad de la humanidad, así como la interrelación de los territorios, que impide que compartamos plenamente nuestro ecosistema global. En palabras de David McTaggart, dirigente histórico de Greenpeace International: «La mayor amenaza que debemos afrontar es el nacionalismo. En el próximo siglo, vamos a hacer frente a temas que no pueden resolverse nación por nación. Lo que tratamos de hacer es trabajar juntos internacionalmente, pese a siglos de prejuicio nacionalista» (24). En lo que sólo es una contradicción aparente, los ecologistas son, a la vez, localistas y globalistas: globalistas en la gestión del tiempo, localistas en la defensa del espacio. El pensamiento y la política evolucionistas requieren una perspectiva global. La armonía de la gente con su entorno comienza en su comunidad local.
Esta «nueva identidad como especie», que es una identidad sociobiológica, puede superponerse fácilmente a las tradiciones históricas, los lenguajes y los símbolos culturales multifacéticos, pero es difícil que se mezcle con la identidad nacionalista estatal. Así pues, hasta cierto punto, el ecologismo supera la oposición entre la cultura de la virtualidad real, que subyace en los flujos globales de riqueza y poder, y la expresión de las identidades fundamentalistas culturales o religiosas. Es la única identidad global que se plantea en nombre de todos los seres humanos, prescindiendo de sus ligaduras específicas sociales, históricas o de género, o de su fe religiosa. Sin embargo, puesto que la mayoría de la gente no vive su vida de forma cosmológica y la asunción de una naturaleza compartida con los mosquitos aún plantea algunos problemas tácticos, el asunto esencial en cuanto a la influencia de la nueva cultura ecológica es su capacidad para tejer los hilos de las culturas singulares en un hipertexto, compuesto por la diversidad histórica y la comunidad biológica. Denomino a esta cultura la «cultura verde» (por qué inventar otro término cuando millones de personas ya la llaman así) y la defino en los términos de Petra Kelly: «Hemos de aprender a pensar y actuar desde nuestros corazones, a reconocer la interconexión de todas las criaturas vivientes y a respetar el valor de cada hilo de la vasta trama de la vida. Es una perspectiva espiritual y la base de toda la política verde […] la política verde requiere de nosotros que seamos tiernos y subversivos a la vez» (25). La ternura de la subversión, la subversión de la ternura: estamos muy lejos de la perspectiva instrumentalista que ha dominado la era industrial, tanto en su versión capitalista como en la estatista. Y estamos en contradicción directa con la disolución del significado en los flujos del poder sin rostro que constituyen la sociedad red. La cultura verde, según se propone en un movimiento ecologista multifacético, es el antídoto de la cultura de la virtualidad real que caracteriza los procesos dominantes de nuestras sociedades.
Así pues, es la ciencia de la vida contra la vida bajo la ciencia; el control local sobre los lugares contra un espacio de los flujos incontrolable; la percepción del tiempo glacial contra la aniquilación del tiempo y la esclavitud continuada al tiempo de reloj; la cultura verde contra la virtualidad real. Éstos son los retos fundamentales del movimiento ecologista a las estructuras dominantes de la sociedad red. Y por ello afronta los temas que la gente percibe vagamente como la materia con la que están hechas sus nuevas vidas. Resta decir que entre este «furioso fuego verde» y los hogares de la gente se yerguen altos los bastiones de la sociedad, obligando a los ecologistas a una larga marcha a través de las instituciones, de la que, como en el caso de todos los movimientos sociales, no salen ilesos.
Gran parte del éxito del movimiento ecologista obedece al hecho de que, más que ninguna otra fuerza social, ha sido capaz de adaptarse lo mejor posible a las condiciones de la comunicación y la movilización en el nuevo paradigma informacional (26). Aunque gran parte del movimiento se basa en las organizaciones populares, la acción ecologista opera utilizando acontecimientos recogidos por los medios de comunicación. Creando acontecimientos que llamen la atención de los medios, los ecologistas son capaces de alcanzar a una audiencia mucho más amplia que sus partidarios directos. Además, la presencia constante de temas medioambientales en los medios les ha prestado una legitimidad mayor que la de cualquier otra causa. La orientación hacia los medios resulta obvia en los casos de activismo ecologista global como Greenpeace, cuya lógica se orienta hacia la creación de acontecimientos para movilizar la opinión pública sobre temas específicos con el fin de presionar sobre los poderes sociales. Pero también es el pan de cada día de las luchas ecologistas de ámbito local. Las noticias locales de televisión, radio y prensa son la voz de los ecologistas, hasta el punto de que las grandes empresas y los políticos suelen quejarse de que son los medios de comunicación, más que los ecologistas, los responsables de la movilización medioambiental. La relación simbiótica entre los medios y el ecologismo proviene de varias fuentes. En primer lugar, las tácticas de acción directa no violenta, que dominaron el movimiento desde comienzos de los años setenta, proporcionaron un buen material de información, sobre todo cuando las noticias requieren imágenes frescas. Muchos activistas ecologistas han practicado con gran imaginación las tácticas anarquistas francesas de laction exemplaire, un acto espectacular que impresiona, provoca el debate e induce la movilización. El autosacrificio, como soportar la detención y la cárcel, arriesgar la vida en el océano, encadenarse a los árboles, utilizar sus cuerpos para bloquear una construcción indeseable o los transportes perniciosos, interrumpir las ceremonias oficiales y tantas otras acciones directas, emparejadas con la contención y la no violencia manifiesta, introduce una actitud de testimonio que restaura la confianza y realza los valores éticos en una era de cinismo generalizado. En segundo lugar, la legitimidad de los temas suscitados por los ecologistas, al conectar directamente con los valores humanistas básicos que aprecia la mayoría de la gente y con frecuencia distantes de la política partidista, preparó el terreno para que los medios de comunicación asumieran el papel de la voz del pueblo, con lo que aumentaron su propia legitimidad y los periodistas se sintieron a gusto con ello. Además, en las noticias locales, la información sobre los peligros para la salud o los trastornos medioambientales en la vida de la gente plantea los problemas sistémicos de un modo más vigoroso que cualquier discurso ideológico tradicional. Con frecuencia, los propios ecologistas alimentan a los medios con imágenes preciosas que dicen más que un grueso informe. Así, los grupos ecologistas estadounidenses han distribuido cámaras de vídeo a los grupos de base de todo el mundo, de Connecticut a Amazonia, para que filmen las violaciones explícitas de las leyes medioambientales, utilizando después la infraestructura tecnológica del grupo para procesar y difundir las imágenes acusatorias.
Los ecologistas también han estado a la vanguardia de las nuevas tecnologías de comunicación como herramientas organizativas y movilizadoras, sobre todo en el uso de Internet (27). Por ejemplo, una coalición de grupos ecologistas de los Estados Unidos, Canadá y Chile, formada en torno a Friends of the Earth, Sierra Club, Greenpeace, Defenders of Wildlife, Canadian Environmental Law Association y otros, se movilizó contra la aprobación del Tratado de Libre Comercio debido a que carecía de suficientes provisiones de protección al medio ambiente. Utilizaron Internet para coordinar acciones e información y crearon una red permanente que trazó las líneas de batalla de la acción ecologista transnacional en todo el continente americano durante los años noventa. Los nodos de la World Wide Web se están convirtiendo en lugares de encuentro para los ecologistas de todo el mundo, al igual que las páginas establecidas en 1996 por organizaciones como Conservation International y Rainforest Action Network para defender la causa de los pueblos indígenas de las selvas tropicales. Food First, una organización con base en California, se ha enlazado con una red de grupos ecologistas de los países en desarrollo, conectando los problemas medioambientales y de la pobreza. De este modo, a través de la red, fue capaz de coordinar su acción con Global South, una organización con base en Tailandia, que proporciona una perspectiva ecologista desde el Asia de industrialización reciente. Mediante estas redes, los grupos de base de todo el mundo son capaces de actuar globalmente, en un momento dado, en el ámbito donde se crean los problemas principales. Parece que está surgiendo una elite informatizada como núcleo global y coordinador de grupos populares de acción ecologista de todo el mundo, un fenómeno que no es completamente distinto del papel desempeñado por los obreros tipógrafos y los periodistas al comienzo del movimiento obrero, orientando, a través de la información a la que tenían acceso, a las masas analfabetas que formaban la clase obrera del inicio de la industrialización.
Cambiar las cosas
El ecologismo no es sólo un movimiento de concienciación. Desde sus comienzos, se ha centrado en hacer que las cosas cambien en la legislación y el gobierno. En efecto, el núcleo de las organizaciones ecologistas (como el denominado Grupo de los Diez de los Estados Unidos) dirige sus esfuerzos a presionar para obtener legislación y a apoyar o oponerse a candidatos políticos atendiendo a su postura sobre ciertos temas. Hasta las organizaciones orientadas a acciones no tradicionales, como Greenpeace, han dedicado cada vez más su atención a presionar a los gobiernos e instituciones internacionales para obtener leyes, decisiones y la aplicación de decisiones sobre temas específicos. De forma similar, a nivel local y regional, los ecologistas han hecho campaña en favor de nuevas formas de planificación urbana y regional, medidas de salud pública y el control del desarrollo excesivo. Es este pragmatismo, esta actitud orientada a un tema concreto, la que ha otorgado al ecologismo la delantera sobre la política tradicional: la gente siente que puede hacer que las cosas sean diferentes aquí y ahora, sin mediación o demora. No existe distinción entre los medios y los fines.
En algunos países, sobre todo de Europa, los ecologistas han entrado en la competición política, presentado candidatos para cargos con éxito diverso (28). Los datos muestran que a los partidos verdes les va mucho mejor en las elecciones locales, donde aún existe una vinculación directa entre el movimiento y sus representantes políticos. También obtienen resultados bastante buenos en las elecciones internacionales, por ejemplo, al Parlamento Europeo, porque, al ser una institución que sólo ostenta un poder simbólico, los ciudadanos se sienten cómodos al ver sus principios representados, con un pequeño coste de pérdida de influencia sobre la toma de decisiones. En la política nacional, los politólogos han expuesto que la suerte de los partidos verdes está menos influida por las convicciones medioambientales de la gente que por las estructuras institucionales específicas que encuadran las oportunidades de competencia política (29). En pocas palabras, cuanto más accesibles sean los temas medioambientales y el voto de protesta en el marco de los partidos establecidos, menores son las posibilidades para los verdes; cuanto mayores sean las oportunidades para un voto simbólico, sin consecuencias para elegir un líder político, mejores serán los resultados de los candidatos verdes. En efecto, parece que Alemania fue la excepción, no la regla, en el desarrollo de la política verde, como sostuve anteriormente. En general, parece que existe una tendencia mundial hacia el reverdecimiento de las corrientes mayoritarias de la política, si bien con frecuencia de un verde muy pálido, junto con la autonomía sostenida del movimiento ecologista. En cuanto al propio movimiento, su relación con la política cada vez mezcla más el lobby, las campañas específicas en favor o en contra de los candidatos y la influencia sobre los votantes mediante movilizaciones orientadas a un tema concreto. A través de estas tácticas diversas, el ecologismo se ha convertido en una importante fuerza de opinión pública, con la que en muchos países tienen que contar los partidos y candidatos. Por otra parte, la mayoría de las organizaciones ecologistas se han institucionalizado mucho, esto es, han aceptado la necesidad de actuar en el marco de las instituciones existentes y dentro de las reglas de la productividad y de una economía de mercado global. Así pues, la colaboración con las grandes empresas se ha convertido en la regla más que en la excepción. Las empresas suelen financiar diversas actividades medioambientales y se han vuelto extremadamente conscientes de su imagen verde, hasta el punto de que los temas medioambientales son ahora imágenes normales en la publicidad empresarial. Pero no todo es manipulación. Las empresas de todo el mundo también se han visto influidas por el ecologismo y han tratado de adaptar sus procesos y productos a la nueva legislación, los nuevos gustos y los nuevos valores, tratando, como es natural, de obtener beneficios al mismo tiempo. Sin embargo, debido a que las unidades de producción reales de nuestra economía ya no son empresas individuales sino redes transnacionales integradas por varios componentes (véase vol. I, cap. 3 de «La Era de la Información»), la transgresión medioambiental se ha descentralizado a las pequeñas empresas y los países de industrialización reciente, con lo que se ha modificado la geografía y topología de la acción medioambiental en los años venideros.
En general, con el aumento extraordinario de la conciencia, influencia y organización medioambientales, el movimiento se ha diversificado cada vez más, desde el punto de vista social y temático, alcanzando de las salas de juntas de las empresas a los callejones periféricos de las contraculturas, pasando por los ayuntamientos de las ciudades y las cámaras parlamentarias. En el proceso, se han distorsionado los temas y, en algunos casos, manipulado. Pero ésta es la marca de cualquier movimiento social importante. En efecto, el ecologismo es un importante movimiento social de nuestro tiempo, ya que abarca una diversidad de causas sociales bajo la bandera general de la justicia medioambiental.
Justicia medioambiental: la nueva frontera de los ecologistas
Desde los años sesenta, el ecologismo no se ha interesado sólo en observar pájaros, salvar selvas y limpiar el aire. Las campañas en contra del vertido de desechos tóxicos, a favor de los derechos del consumidor, las protestas antinucleares, el pacifismo, el feminismo y otros muchos temas han confluido con la defensa de la naturaleza para arraigar el movimiento en un paisaje amplio de derechos y demandas. Hasta tendencias contraculturales como la meditación de la Nueva Era y el neopaganismo se mezclaron con el resto de los componentes del movimiento ecologista en las décadas de los setenta y los ochenta.
En los años noventa, mientras que algunos temas importantes como la paz y la protesta antinuclear han pasado a segundo plano, en parte debido al éxito de las protestas y en parte debido al fin de la guerra fría, una variedad de temas sociales se han convertido en parte de un movimiento cada vez más diversificado (30). Las comunidades pobres y las minorías étnicas se han movilizado contra la discriminación medioambiental, pues se ven expuestas más a menudo que la población en general a las sustancias tóxicas, la contaminación, los peligros para la salud y la degradación de los lugares donde viven. Los trabajadores se han rebelado contra las causas de los accidentes laborales, viejas y nuevas, del envenenamiento químico al estrés provocado por los ordenadores. Los grupos de mujeres han mostrado que, siendo generalmente quienes gestionan la vida familiar diaria, son las que sufren de forma más directa las consecuencias de la contaminación, del deterioro de las instalaciones públicas y del desarrollo incontrolado. La falta de techo es una de las causas principales del declive de la calidad de la vida urbana. Y, a lo largo de todo el mundo, se ha denunciado una y otra vez que la pobreza es una causa de degradación medioambiental, de la roza de las selvas a la contaminación de los ríos, lagos y océanos, y las epidemias arrasadoras. En efecto, en muchos países en vías de industrialización, sobre todo de América Latina, han florecido los grupos ecologistas y se han vinculado con los grupos defensores de los derechos humanos, los grupos de mujeres y las organizaciones no gubernamentales, formando coaliciones poderosas que van más allá de la política institucional, pero que de ningún modo prescinden de ella (31).
Así pues, el concepto de justicia medioambiental, como una noción amplia que afirma el valor de uso de la vida, de todas las formas de vida, contra los intereses de la riqueza, el poder y la tecnología, cada vez es más influyente tanto en las mentes como en las políticas a medida que el movimiento medioambiental entra en un nuevo estadio de desarrollo.
A primera vista, parecerían tácticas oportunistas. Dado el éxito y la legitimidad de la etiqueta ecologista, otras causas menos populares se envuelven en nuevas ideologías para obtener apoyo y atraer la atención. Y, en efecto, algunos de los grupos de conservación de la naturaleza del movimiento ecologista cada vez recelan más de un enfoque tan amplio que pueda desviar al movimiento de sus verdaderos objetivos. Después de todo, los sindicatos han luchado por la legislación sobre salud laboral desde los comienzos de la industrialización, y la pobreza es, y era, un tema importante por derecho propio, sin tener que pintar de verde su oscuridad siniestra. No obstante, lo que está pasando en el ecologismo va más allá de las tácticas. El planteamiento ecológico de la vida, de la economía y de las instituciones de la sociedad destaca el carácter holístico de todas las formas de la materia y de todo el procesamiento de la información. Así pues, cuanto más sabemos, más percibimos las posibilidades de nuestra tecnología y más nos damos cuenta de la gigantesca y peligrosa brecha que existe entre el incremento de nuestras capacidades productivas y nuestra organización social primitiva, inconsciente y, en definitiva, destructiva. Éste es el hilo objetivo que teje la conexión creciente de las revueltas sociales, locales y globales, defensivas y ofensivas, reivindicativas y culturales, que surgen en torno al movimiento ecologista. Ello no quiere decir que hayan surgido de repente unos nuevos ciudadanos internacionalistas de buena voluntad y generosos. Aún no. Antiguas y nuevas divisiones de clase, género, etnicidad, religión y territorialidad actúan dividiendo y subdiviendo temas, conflictos y proyectos. Pero sí quiere decir que las conexiones embriónicas entre los movimientos populares y las movilizaciones de orientación simbólica en nombre de la justicia medioambiental llevan la marca de los proyectos alternativos. Estos proyectos esbozan una superación de los movimientos sociales agotados de la sociedad industrial, para reanudar, en formas históricamente apropiadas, la antigua dialéctica entre dominación y resistencia, entre «Realpolitik» y utopía, entre cinismo y esperanza.
Notas:
- En Essays by Petra Kelly (1947-1992) (Kelly, 1994, págs. 39 y 40. En esta cita, se refiere al «reverdecimiento del yo» de Joanna Macy (Macy, 1991).
- Para un visión general sobre el movimiento ecologista, véanse, entre otras fuentes, Holliman, 1990; Gottlieb, 1993; Kaminiecki, 1993; Shabecoff, 1993; Dalton, 1994; Alley et al., 1995; Diani, 1995; Brulle, 1996; Wapner, 1996.
- Allen, 1987; Scarce, 1990; Gottlieb, 1993; Shabecoff, 1993.
- Citado en Scarce, 1990, pág. 15.
- Gottlieb, 1993; Szasz, 1994; Epstein, 1995.
- Epstein, 1995, pág. 20.
- Para consultar fuentes, véase Adler, 1979; Spretnak, 1982; Manes, 1990; Scarce, 1990; Davis, 1991; Dobson, 1991; Epstein, 1991; Moog, 1995.
- Naess y Sessions, 1984, reproducido en Davis, 1991, págs. 157 y 158.
- Davis, 1991.
- Plant, 1991, pág. 101.
- Merchant, 1980; véase también Spretnak, 1982; Moog, 1995.
- Adler, 1979; Epstein, 1991.
- Hunter, 1979; Eyerman y Jamison, 1989; DeMont, 1991; Horton, 1991; Ostertag, 1991; Melchett, 1995; Wapner, 1995, 1996.
- Greenpeace Environmental Fund, citado en Eyerman y Jamison, 1989, pág. 110.
- Véanse, entre un océano de fuentes sobre el Partido Verde alemán, Langguth, 1984; Hulsberg, 1988; Wiesenthal, 1993; Scharf, 1994; y, sobre todo, Poguntke, 1993 y Frankland, 1995.
- Kelly, 1994, pág. 37.
- Bramwell, 1989, 1994.
- Gottlieb, 1993.
- Para los datos sobre la presencia e importancia de estos temas en los movimientos ecologistas de varios países, véanse Dickens, 1990; Dobson, 1990; Scarce, 1990; Epstein, 1991; Zisk, 1992; Coleman y Coleman, 1993; Gottlieb, 1993; Shabecoff, 1993; Bramwell, 1994; Porrit, 1994; Riechmann y Fernández Buey, 1994; Moog, 1995.
- Bramwell. 1994, pág. vii.
- La Era de la Información, Manuel Castells, Alianza Editorial.
- Lash y Urry, 1994, pág. 243.
- Diamond y Orenstein, 1990; McLaughlin, 1993.
- Entrevista en Ostertag, 1991, pág. 33.
- Kelly, 1994, pág. 37.
- Véanse Epstein, 1991; Horton, 1991; Ostertag, 1991; Costain y Costain, 1992; Gottlieb, 1993; Kanagy et al., 1994.
- Bartz, 1996.
- Poguntke, 1993; Dalton, 1994; Diani, 1995; Richardson y Rootes, 1995.
- Richardson y Rootes, 1995.
- Gottlieb, 1993, págs. 207-320; Szasz, 1994; Epstein, 1995; Brulle, 1996.
- Athanasiou, 1996; Borja y Castells, 1997.
M. Castells es un conocido sociólogo español. Sus aportes más destacados se centraron en la sociologíoa de las ciudades, y más recientemente en la sociedad de la información. Actualmente es profesor en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados de Barcelona (España). Este artículo forma parte del segundo volumen del libro «La Era de la Información» publicado por Alianza Editorial en 1997.