Serge Latouche, el padre del decrecer
El economista y sociólogo francés es la mayor autoridad mundial de la teoría del decrecimiento. Durante más de tres décadas se ha dedicado a estudiar y difundir sus pensamientos en contra del modelo de desarrollo actual, basado en el crecimiento ilimitado. Profesor emérito de Ciencias Económicas de la Universidad de París-Sur y presidente del Instituto de Estudios Económicos para el Decrecimiento Sostenible, explica la actual relevancia de su proyecto y por qué el mundo necesita dejar de crecer.
Su concepto de decrecimiento, ha dicho, no significa un antónimo de crecimiento, ¿cómo se contrapone entonces a la actual sociedad?
Hoy estamos viviendo el colapso de la civilización del crecimiento. La solución a la crisis antropológica actual solamente puede ser “el decrecimiento o la barbarie”, una variante del “(eco) socialismo o la barbarie”. Finalmente, las sociedades azotadas por catástrofes de todo tipo (económicas, ecológicas, sociales, culturales y finalmente, de civilización) y amenazas que podrían ser peores, tienen dos opciones: encontrar los recursos necesarios para reinventarse en sociedades ecológicas y con buena convivencia, o sucumbir a las peores formas de totalitarismo que saldrán de ese caos, si es que pudiéramos sobrevivir a él. Por lo tanto, el decrecimiento va inevitablemente en contra del capitalismo. No porque denuncie sus contradicciones o sus límites ecológicos y sociales, sino porque interroga su “espíritu”.
¿Cuál es el camino?
Hoy, todos somos unos “homos economicus”. La globalización es el triunfo del mercado único, de un mundo único y, finalmente, de una única manera de pensar. Una vez que uno se sale de la religión de la sociedad de consumo y crecimiento, una vez liberado del imperialismo de la economía, ahí nos podremos encontrar con la diversidad de las culturas. Pero para llegar a esto, tendremos que aplicar la teoría del círculo virtuoso de las 8 R que propugna el decrecimiento: reevaluar, re-conceptualizar, reestructurar, redistribuir, relocalizar, reducir, reusar y reciclar. Estas deben ser aplicadas de distintas maneras en el mundo, según la sensibilidad y las necesidades locales. La idea es volver a entender el sentido de la medida. ¡Esta idea no es nueva! Las sociedades buscaron canalizar la falta de moderación y las filosofías se basaban en la sabiduría de limitar sus necesidades: la filosofía de Epicuro, la africana, el taoísmo y el budismo.
Usted plantea que el término “decrecimiento” surge para contrastar la idea de “desarrollo sostenible”, ¿por qué se opone a este concepto?
El desarrollo sostenible es una trampa inventada por una pandilla de criminales de cuello blanco. En 1972, cuando se publicó “The limits to Growth” del Club de Roma, la reacción sobre todo en el mundo económico fue negarse a la realidad. Había que abrir los ojos: los recursos naturales, en particular los energéticos, ya se estaban acabando. Después de la conferencia de Estocolmo, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente adoptó el concepto de “ecodesarrollo”. Pero el lobby industrial norteamericano y canadiense lo encontraron demasiado ecologista. Crearon entonces el World Business Council for Sustainable Development y lograron que se adoptara el concepto de “sustainable development”. ¡Les funcionó muy bien! Tan bien que hasta las ONG medioambientalistas cayeron y lo usaron. Pero en realidad es una trampa, una monstruosidad verbal, un oxímoron, una contradicción. Los únicos que no lo creyeron fueron Nicholas Georgescu-Roegen y un pequeño grupo del que formo parte. Después los empresarios lo abandonaron y como ya no les servía para ganar dinero, empezaron a defender la idea del crecimiento verde. Lamentablemente para ellos, crecimiento y desarrollo son inseparables. Con la “green economy” sólo estamos viviendo en un sistema sin moderación pintado de verde.
Publicado en revista Viernes del diario La Segunda, Chile, 18 marzo 2016. Descargar la entrevista completa aquí …